sábado, 13 de noviembre de 2010

Quien en buena ora cinxo espada

Uno de los pasajes del Cantar de Mio Cid (s. XII-XIII) que considero más bellos, tanto estéticamente, como temáticamente, es en el Cantar Primero, cuando Rodrigo Díaz de Vivar, Mio Cid, desterrado por el rey Alfonso VI, intenta entrar en la ciudad de Burgos. Esta se muestra temerosa ante el Campeador, puesto que el rey ha prohibido a sus súbditos que le otorguen posada y cobijo, so pena de duros castigos. En un principio, el Cid se muestra combativo ante tales restricciones y tiene intención de no denegarse la entrada a la ciudad, pero todo cambia cuando una niña de nueve años se postra ante él y le ruega que ceje en su empeño.


Los de mio Cid a altas vozes llaman,
los de dentro non les querién tornar palabra.
Aguijó mio Cid, a la puerta se llegava,
sacó el pie del estribera, una ferida·l´dava;
non se abre la puerta, ca bien era cerrada.
Una niña de nuef años a ojo se parava:
- ¡Ya Campeador, en buena ora cinxiestes espada!
El rey lo ha vedado, anoch d´él entró su carta
con grate recabdo e fuertemientre sellada.
Non vos osariemos abrir nin coger por nada;
si non, perderiemos los averes e las casas,
e demás los ojos de las caras.
Cid, en el nuestro mal vós non ganades nada,
mas el Criador vos vala con todas sus vertudes santas-.
Esto la niña dixo e tornós´pora su casa.
Ya lo vee el Cid, que del rey non avié gracia;
partiós´de la puerta, por Burgos agujava,
llegó a Santa María, luego descavalga,
fincó los inojos, de coraçón rogava.

E. de Alberto Montaner, Cantar Mio Cid, Barcelona, Crítica, 2007.




Así, el Cid decide dormir en la montaña:

La oración fecha, luego cavalgava,
salió por la puerta e Arlançón passava;
cabo essa villa en la glera posava,
fincava la tienda e luego descavalgava.
Mio Cid Ruy Díaz, el que en buena ora cinxo espada,
posó en la glera cuando no·l´coge nadi en casa,
derredor d´él una buena conpaña;
assí posó mio Cid commo si fuesse en montaña.

E. de Alberto Montaner,
Cantar Mio Cid, Barcelona, Crítica, 2007.

Es importante tener en cuenta que es este el único caso en que se menciona la edad de un personaje del cantar, y precisamente es para reforzar el hecho de que sea una niña quien convenza al Campeador para que no entre en la ciudad. Desde mi punto de vista, la niña es símbolo de la Inocencia, que conmueve al Cid. Finalmente y tomando muestra de ello, Rodrigo Díaz se dirige a la iglesia, como acto de piedad, y pasa la noche en la montaña, símbolo de humildad.






Siglos más tarde volveremos a encontrar este pasaje como motivo de un poema de Manuel Machado en el libro Alma (1912).

CASTILLA

El ciego sol se estrella
en las duras aristas de las armas,
llaga de luz los petos y espaldares
y flamea en las puntas de las lanzas.

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Cerrado está el mesón a piedra y lodo...
Nadie responde. Al pomo de la espada
y al cuento de las picas el postigo
va a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!

A los terribles golpes,
de eco ronco, una voz pura, de plata
y de cristal, responde... Hay una niña
muy débil y muy blanca
en el umbral. Es toda
ojos azules y en los ojos lágrimas.
Oro pálido nimba
su carita curiosa y asustada.

- Buen Cid, pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará la casa,
y sembrará de sal el pobre campo
que mi padre trabaja...
Idos. El cielo os colme de venturas...
¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!

Calla la niña y llora sin gemido...
Un sollozo infantil cruza la escuadra
de feroces guerreros,
y una voz inflexible grita. "¡En marcha!".

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
-polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga.

Manuel Machado, Alma (1912) en Alma. Caprichos. El Mal Poema, Madrid, Castalia, 2000.



Como vemos, el poema de Manuel Machado encarna perfectamente la atracción romántica y finisecular por lo primitivo y lo bárbaro, la idealizada Edad Media. Encontramos en Castilla dramatizado el contraste entre el vigor heroico del Cid y la delicadeza prerrafaélica de la niña, en un paisaje solar. Suspense, tensión emotiva y la figura mesiánica del Cid, con doce discípulos.

Comparando este poema con el fragmento del cantar más arriba expuesto, es importante señalar que en Castilla el parlamento entre el Campeador y la niña muestra un carácter más sintético, amplificándose la sanción. Los versos finales del poema siguen el cantar, casi literalmente en el verso ¡En nuestro mal, oh Cid, no ganáis nada!, pero la decisión final presenta mayor contención y emoción de la que carece el cantar.

Simbolismo modernista enlazado con épica de transmisión oral. Es lo que tiene la buena literatura, que es eterna.



sábado, 25 de septiembre de 2010

Gitanos y Poesía



Siendo un tema muy actual, diría yo que no necesariamente por los últimos acontecimientos, sino desde siempre, me gustaría dedicar esta entrada a tod@s l@s gitan@s del mundo, proponiendo un pequeño itinerario por varios autores que dedican sus versos a este colectivo, cada uno con un motivo diferente y distinta idealización.

Comienza el recorrido en el Modernismo. A finales del siglo XIX y principios del XX los poetas buscaron la belleza más sublime en ciertas formas de decadencia, interesándose por personajes malditos, perseguidos, olvidados... De esta manera se aúnan restos del Romanticismo, cuyos poetas establecían pactos con Satanás, vendían su alma o vagaban por cementerios, en pos de alcanzar y defender una anhelada individualidad y en aras de intempestuosa rebeldía, junto a restos del naturalismo y el feísmo que llevó a sus autores a interesarse por individuos mutilados, enfermos, prostituas y todo aquel que malvive en sociedad.

De esta manera, los poetas modernistas fijaron su atención en tipos marginales y marginados, tales como la prostituta, el don juan, el opiómano y cocainómano, la mujer fatal en sus diversas manifestaciones, el loco, el mendigo, etc. y, en el intento por superar el spleen y la vulgaridad de la vida, el exotismo de oriente y el exotismo y libertad de los gitanos.

En el poema de Salvador Rueda que vamos a ver a continuación aparece la gitana como estereotipo de mujer exótica en su baile, sugerente y seductora, desprendiendo gran cantidad de erotismo gracias a sus movimientos y estallando en una explosión final de alegría a raíz del baile y cante flamenco.

BAILADORA
Con un chambergo puesto como corona,y el chal bajando en hebras a sus rodillas,baila una sevillana las seguidillas,a los ecos gitanos que un mozo entona.
Coro de recias voces canta y pregonade su rostro y sus gracias las maravillas,y ella mueve, inflamadas ambas mejillas,el regio tren de curvas de su persona.
Cuando enarca su cuerpo como culebra,y en ondas fugitivas gira y se quiebra,al brillante reflejo de las arañas,
estalla atronadora vocinglería,y en un compás amarra la melodíapalmas, risas, requiebros, cuerdas y cañas.

Salvador Rueda, La Bacanal. Desfile Antiguo (1893), en Antología de la Poesía Modernista Española, Madrid, Castalia, 2008.





Antonio Machado dedica a la canción flamenca un poema inserto en la sección Galerías de su libro Soledades, Galerías y Otros Poemas. Como podemos comprobar, el tono es muy diferente al del poema anterior, ya que el poeta se adentra en el simbolismo y pone en marcha su concepto de poesía como posibilidad de indagación en lo más profundo del pensamiento y corazón. La alegría de la canción andaluza cede el paso a la melancolía. Es importante en este caso tener en cuenta la asociación que Machado establece entre la guitarra, con aires gitanos, y el caminante o, bajo mi punto de vista, peregrino.

Guitarra del mesón que hoy suenas jota,
mañana petenera,
según quien llega y tañe
las empolvadas cuerdas.

Guitarra del mesón de los caminos,
no fuiste nunca, ni serás, poeta.
Tú eres el alma que dice su armonía
solitaria a las almas pasajeras...

Y siempre que te escucha el caminante
sueña escuchar un airte de su tierra.

Antonio Machado, Soledades, Galerías y Otros Poemas (1907) en Poesías Completas, Madrid, Espasa, 1974.

Siguiendo con Antonio Machado, vamos a encontrarnos ahora con un poema diferente. Semejante al anterior en el tono melancólico, el poeta se adentra en la canción popular y la sociedad andaluza para concluir en una última estrofa de carácter reflexivo. Aparece retratada en la composición el acerado carácter religioso de los gitanos, y la alegría estereotipada de los mismos es sustituida por tristeza, oscuridad y, al fondo, siempre un punto de esperanza.

LA SAETA

¿Quién me predta una escalera,
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Saeta Popular

¡Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos,
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,
que echa flores
al Jesús de la agonía,
y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!
No puedo cantar ni quiero

a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!

Antonio Machado, Campos de Castilla (1912) en Poesías Completas, Madrid, Espasa, 1974.






Una vez superada la etapa Modernista , Federico García Lorca escribe Poema del Cante Jondo (1921- 1922), aunando tradición y vanguardia, rasgo que caracterizaría al conocido Grupo del 27. Vemos a continuación un poema cuyo tema es Andalucía y en el que el ritmo y estribillo propio de la canción popular se une a la imagen vanguardista.

Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Dauro y Genil, torrecillas
muertas sobre los estanques.

¡Ay, amor
que se fue por el aire!

¡Quién dirá que el agua lleva
un fuego fatuo de gritos!

¡Ay, amor
que se fue y no vino!

Lleva azahar, lleva olivas,
Andalucía, a tus mares.

¡Ay, amor
que se fue por el aire!

Federico García Lorca, Poema del Cante Jondo (1931) en Poetas del 27. La Generación y su Entorno. Antología Poética, Madrid, Espasa, 2007.


Bajo las terribles condiciones de la inminente guerra civil española, Lorca escribe Romancero Gitano (1924- 1926). Con la figura de los gitanos, simboliza el poeta la libertad e inocencia, los instintos naturales de las personas, la felicidad y alegría, frente al símbolo de la guardia civil, represora de las mismas.

ROMANCE DE LA GUARDIA CIVIL ESPAÑOLA

(...)

¡Oh, ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle
con las torres de canela.

Cuando llegaba la noche
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido,
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento, vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche
noche, que noche nochera.

(...)

En el portal de Belén,
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios,
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas,
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la tierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.

¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
Juego de luna y arena.

Federico García Lorca, Romancero Gitano (1928) en Poetas del 27. La Generación y su Entorno. Antología Poética, Madrid, Espasa, 2007.




Finalmente, me gustaría terminar la entrada con otro gran poeta, Rafael Alberti. En el poemario El Alba del Alhelí su autor refleja la vida de una Andalucía oscura, con un marcado interés en las clases marginadas, quedando de esta manera patente la influencia de Lorca en sus versos.

El poema que expongo a continuación se titula La húngara. Ya con el título la identificación con los gitanos se hace evidente, pero además nos presenterá su autor a la mujer como símbolo de la libertad, cuya moral es más elevada que la del burgués.

LA HÚNGARA

Quisiera vivir, morir,
por las vereditas, siempre.
¡Dejadme morir, vivir,
deja que mi sueño ruede
contigo, al sol, a la luna,
dentro de tu carro verde!

- Vas vestida de percal...
- Sí, pero en las grandes fiestas
visto una falda de raso
y unos zapatos de seda.

- Vas sucia, vas despeinada...
- Sí, pero en las grandes fiestas
me lava el agua del río
y el aire puro me peina.

(...)

- Por una noche, a mi casa.
¡Vente a dormir a mi cuarto!

- Mire, señor,
tengo un carro.

- Por una noche, en tu casa.
¡Quiero dormir en tu carro!

- Mire, señor,
tiene su casa.

Rafael Alberti, El Alba del Alhelí, 1927.


sábado, 7 de agosto de 2010

El krausismo en Juan Ramón Jiménez

Much@s fueron l@s poetas que siguieron una línea hermetista y krausista a la hora de definir las líneas generales de su poesía, emparentada también en cierta manera con el pensamiento panteísta.

Ejemplo de ello es uno de los grandes, hacia quien no puedo ocultar gran debilidad y mayor admiración, Juan Ramón Jiménez.

Efectivamente, es en su segunda etapa poética (1914- 1923), tildada por gran parte de la crítica como de "avidez de eternidad", cuando surge cierta tensión entre misticismo y sensualismo. Para esta entrada voy a seguir el prólogo de Javier Blasco a la edición de la Antología Poética de Cátedra (Madrid, 2008).

Escribe Javier Blasco que la relación yo-mundo se modifica radicalmente en esta segunda etapa de la creación juanramoniana. El mundo interior del poeta gana autonomía, convirtiéndose en sujeto de esa meditación metafísica que viene a ser el poema. Ahora le interesa la realidad en cuanto enigma que guarda celosamente en sí el significado profundo de la existencia. La poesía se convierte, por ello, en amorosa tarea de desciframiento de dicho significado: el pájaro y la rama, la piedra y el cielo, la raíz y el ala, etc., dejan de ser parte de un cuadro para convertirse en símbolos portadores de un mensaje en clave, a la vez, ética y metafísica. De hecho, aquí comienza el verdadero simbolismo moderno de Juan Ramón Jiménez, un simbolismo diferente al francés porque a la dimensión metafísica de éste, el poeta añade una dimensión ética (que la belleza haga buenos a todos) que a él le viene del krausismo.

NADA

A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento;
subido a ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.

Fabricaré en mi sombra la alborada,
mi lira guardaré del vano viento,
buscaré en mis entrañas mi sustento...
Mas ¡ay!, ¿y si esta paz no fuera nada?

¡Nada, sí, nada, nada! - O que cayera
mi corazón al agua, y de este modo
fuese el mundo un castillo hueco y frío...-

Que tú eres tú, la humana primavera,

la tierra, el aire, el agua, el fuego, ¡todo!,
...¡ y soy yo sólo el pensamiento mío!
Cursiva
Juan Ramón Jiménez, Sonetos Espirituales (1914) en Antología Poética, Cátedra, Madrid, 2008.



Juan Ramón Jiménez


Como los simbolistas franceses, Juan Ramón Jiménez concibe el mundo como un universo de símbolos con múltiples y misteriosas correspondencias entre sí: las cosas no tienen valor en sí mismas, sino en cuanto a símbolos que remiten - a la vez que ocultan- a un más allá desconocido. Como los simbolistas franceses, el poeta piensa que descifrar uno de tales símbolos supone la posibilidad de iluminar parte de esa zona misteriosa que la realidad visible está velando. Pero Juan Ramón Jiménez persigue, en ese desciframiento de la realidad invisible que es su poesía, no solo una clave cognoscitiva, sino también una norma de vida (comienza a forjarse lo que será uno de los aspectos que personalmente más admiro de este poeta: su ética-estética).


Yo solo Dios y padre y madre míos,
me estoy haciendo, día y noche, nuevo
y a mi gusto.

Seré más yo, porque me hago
conmigo mismo,
conmigo solo,
hijo también y hermano, a un tiempo
que madre y padre y Dios.

Lo seré todo,
pues que mi alma es inifinita;
y nunca moriré, pues que soy todo.

¡Qué gloria, qué deleite, qué alegría,

qué olvido de las cosas,Cursivaen esta nueva voluntad,
en este hacerme yo a mí mismo eterno!

Juan Ramón Jiménez, Eternidades (1916-1917) en Antología Poética, Cátedra, Madrid, 2008.





Los libros de esta segunda etapa juanramoniana -y en esto el poeta ya no cambiará nunca- revelan una ineludible voluntad de ver el mundo con ojos nuevos y propios, de mirar el mundo con ojos recién estrenados. Debido a que las palabras hablan de las cosas, le es preciso inventar una nueva palabran que le permita hablar de ese desnudo que las cosas visten. Tal palabra será la base de la poesía desnuda, una poesía en la que la exigencia de desnudez se hace extensiva a todos los niveles: fónico-rítmico, léxico, semántico...

Como consecuencia de todo esto, el poema llega, a veces, a unos niveles tales de concisión expresiva, de abstracción y de ambigüedad, que la crítica ha definido la escritura juanramoniana de esta etapa como intelectualista y hermética. Y sin embargo, ninguna de estas etiquetas se aviene con la postura de Juan Ramón Jiménez, que siempre en su crítica y en su teoría poética se manifestó contrario a la poesía como fruto del intelecto.


No os quitéis la pasión
del momento. Que el grito
de la sangre en los ojos
os rehaga el sentido
tierra, un punto, de fuego
sólo, sobre el sol igneo.

¡No! Ciegos, como el mundo
en que miráis... lo visto,
cuando veis lo que veis;
tal vez con el instinto
uno y fuerte, un momento
vayáis hasta el destino.

Tiempo tendréis después
de alargar los caminos
vistiendo, hora tras hora,
el desnudo bien visto.

¡Con qué segura frente
se piensa lo sentido!

Juan Ramón Jiménez, Estío (1916) en Antología Poética, Cátedra, Madrid, 2008.



sábado, 3 de julio de 2010

Krausismo e Intertextualidad

Mijail Bajtín presenta en sus trabajos, especialmente en aquellos dedicados a la obra de Dostoievski, que la manera como el exterior (otros textos, otros sistemas, el mundo) determina el surgimiento de un texto literario es inscribiéndose en éste. No es posible comprender de manera completa determinados textos, por ejemplo los de Dostoievski, sin tener en cuenta otros textos anteriores, por ejemplo, de Gogol. Esta teoría viene a poner de relieve que un texto se constituye a partir de la presencia en él de otros textos, y es conocida como teoría de la intertextualidad. La cuestión es que esos otros textos anteriores que configuran el nuevo texto no son solo literarios, sino también políticos, lingüísticos, económicos, filosóficos, etc. Todorov, a la sombra de Bajtín, trata de decir que la relación entre el texto literario y el mundo no es la de un interior y un exterior, sino la de un proceso de textualización, de transferencias e interferencias, que siempre tiene lugar en el medio textual. El mundo se textualiza y se integra en el texto literario y por más lejos que nos remontemas en la génesis, solo encontraremos otro texto, otros productos del lenguaje (Todorov, 1968).

La conclusión de Todorov, coincidente del todo con las propuestas que en aquellos años estaba desarrollando Jacques Derrida, es la siguiente: es imposible pensar el "afuera", el "exterior" del lenguaje y de lo simbólico. La vida es una biografía, el mundo es una socio-grafía y nunca alcanzaremos un estado "extra-simbólico" o "pre-lingüístico (...) no hay génesis de los textos a partir de lo que no es tal, sino que hay siempre y únicamente un trabajo de transformación de un discurso en otro, del texto al texto. (Todorov, 1968).

Me parece especialmente interesante esta aportación de la antropología estructural en tanto que no puedo dejar de relacionarla con una importante corriente filosófica, el krausismo, que tuvo especial repercusión en España, puesto que es destacable la figura de don Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza. Creo que es interesante el planteamiento panenteísta del krausismo (que une teísmo y panteísmo) según el cual Dios, sin ser el mundo ni estar fuera de él, lo contiene en sí y de él trasciende.


Francisco Giner de los Ríos


Hablando de krausismo no se debe olvidar un planteamiento milenario, el hermetismo. El hermetismo es completamente unitario en cuanto a la tríada fundamental que estructura la realidad. Debemos considerar a Dios como un cosmos inmóvil, al cielo como un cosmos móvil y el hombre como un cosmos racional, capaz de elevarse hasta el creador y demiurgo. En esta procesión hipostática el hombre es imagen del cosmos y el cosmos es producto de Dios, cuyo aliento (pneûma) conduce el movimiento de los astros y une a todos los seres en una cadena. Se trataría de una especie de pilares que sustentan el engranaje de lo creado y su absoluta dependencia (Dios-cosmos inteligible-cosmos sensible-sol-ocho esferas-demonios-hombres). Esta dependencia, importantísima para mantener el edificio hermético y sus aplicaciones prácticas, es reiterada constantemente en los Hermetica. Las diferentes concepciones de estas hipóstasis fundamentales y los seres intermedios (nos referimos sobre todo al sol como segundo demiurgo entre el cosmos y el hombre) no deben confundirnos, antes bien son intentos de conciliar nuestra tríada primera mediante entidades enlazadoras.

El hermetismo debe ser considerado como una filosofía plena de vida: el universo hermético está vivo y sus entidades regidoras actúan eternamente. La muerte y el vacío no tienen cabida en el hermetismo.
Tan solo l@s visionario/as serán lo suficientemente sensibles como para poder percibir esta Verdad, esto es, el hilo que enlaza a toda la creación, pues el mundo, el universo, no es más que un Todo entrelazado.






Pues bien, Todorov, como hemos visto anteriormente, está manejando una acepción lévi-straussiana del concepto de texto. La inteligibilidad del mundo es posible precisamente porque éste se manifiesta como un texto susceptible de ser estudiado desde un punto de vista estructural. La "textualización" del mundo implica otorgar un privilegio epistemológico al lenguaje. Si el mundo es un sistema de textos, la relación entre la literatura y el mundo es una relación entre diferentes textos que se transforman entre sí. Pero esta transformación no sucede entre un texto y otro que le es ajeno, sino mediante la injerencia de uno en el otro, mediante la integración y simbiosis dialógica de uno(s) en otro(s).



Escher, House of Stairs, 1951

Copa Ciclópea

El sol alumbra: ya en los aires miro
La copa amarga: ya mis labios tiemblan,
—No de temor, que prostituye,— de ira!...
El Universo, en las mañanas alza
Medio dormido aún de un dulce sueño
En las manos la tierra perezosa,
Copa inmortal, donde
Hierven al sol las fuerzas de la vida!—
Al niño triscador, al venturoso
De alma tibia y mediocre, a la fragante
Mujer que con los ojos desmayados
Abrirse ve en el aire extrañas rosas,
Iris la tierra es, roto en colores,—
Raudal que juvenece, y rueda limpio
Por perfumado llano, y al retozo
Y al desmayo después plácido brinda!—
Y para mí, porque a los hombres amo
Y mi gusto y mi bien terco descuido,
La tierra melancòlica aparece
Sobre mi frente que la vida bate,
De lúgubre color inmenso yugo!
La frente encorvo, el cuello manso inclino,
Y, con los labios apretados, muero.

José Martí, Versos Libres, obra póstuma.


sábado, 8 de mayo de 2010

Escrito en la Piedra IV

Termino esta disertación sobre la piedra en la poesía con la máxima expresión humana que hace de lo más sólido y férreo una imagen de lo etéreo. Me refiero a la catedral, que se yergue imponente como raíz de este mundo y se eleva desembocando en la ramificación de lo divino.

Es, a su vez, y gracias a la piedra de la que está compuesta, símbolo de una época, de una estética, lienzo sobre el que se marca el paso de los siglos, la historia que, a través de su imagen, permite reconstruir todo un devenir.

Comienzo, enlazando con la anterior entrada, con un poema de Luis Cernuda, Atardecer en la Catedral. Una vez más, el poeta se acerca a su idealizada España, en este caso encarnada en Dios, a causa del dolor de la guerra y el exilio.

ATARDECER EN LA CATEDRAL

Por las calles desiertas, nadie. El viento
y la luz sobre las tapias
que enciende los aleros al sol último.
Tras una puerta se queja el agua oculta.
Ven a la catedral, alma de soledad temblando.

Cuando el labrador deja en esta hora
abierta ya la tierra con los surcos,
nace de la obra hecha gozo y calma.
Cerca de Dios se halla el pensamiento.

Algunos chopos secos, llama ardida
levantan por el campo, como el humo
alegre en los tejados de las casas.
Vuelve un rebaño junto al arroyo oscuro
donde duerme la tarde entre la hierba.
El frío está naciendo y es el cielo más hondo.

Como un sueño de piedra, de música callada,
desde la flecha erguida de la torre
hasta la lonja de anchas losas grises,
la catedral extática aparece,
toda reposo: vidrio, madera, bronce.
Fervor puro a la sombra de los siglos.

Una vigilia dicen esos ángeles
y su espada desnuda sobre el pórtico,
florido con sonrisas por los santos viejos,
como huerto de otoño que brotara
musgos entre las rosas esculpidas.

Aquí encuentran la paz los hombres vivos,
paz de los odios, paz de los amores,
olvido dulce y largo, donde el cuerpo
fatigado se baña en las tinieblas.

Entra en la catedral, ve por las naves altas
de esbelta bóveda, gratas a los pasos
errantes sobre el mármol, entre columnas,
hacia el altar, ascua serena,
gloria propicia al alma solitaria.

Como el niño descansa, porque cree
en la fuerza prudente de su padre;
con el vivir callado de las cosas
sobre el haz inmutable de la tierra,
transcurren estas horas en el templo.

No hay lucha ni temor, no hay pena ni deseo.
Todo queda aceptado hasta la muerte
y olvidado tras de la muerte, contemplando,
libres del cuerpo, y adorando.
Necesidad del alma exenta de deleite.

Apagándose van aquellos vidrios
del alto ventanal, y apenas si con oro
triste se irisan débilmente. Muere el día,
pero la paz perdura postrada entre la sombra.

El suelo besan quedos unos pasos
lejanos. Alguna forma, a solas
reza, caída ante una vasta reja
donde palpita en ala de una llama amarilla.

Llanto escondido moja el alma,
sintiendo la presencia de un poder misterioso
que el consuelo creara para el hombre,
sombra divina hablando en el silencio.

Aromas, brotes vivos surgen
afirmando la vida, tal savia de la tierra
que irrumple en milagrosas formas verdes,
secreto entre los muros de este templo,
el soplo animador de nuestro mundo
pasa y orea la noche de los hombres.

Luis Cernuda, Las Nubes (1940), enCursiva Las Nubes. Desolación de la Quimera, Cátedra, Madrid, 2003.


Catedral de Sevilla


Pasemos ahora a la rotundidad de los versos de Miguel de Unamuno, que comienzan con un cultismo, un adagio latino del siglo XV referido a las catedrales españolas de mayor importancia en el momento. El poeta bilbaíno canta a la renovación de una fe que está en decadencia y se dirige a la catedral en segunda persona -
- como encarnación de ese fervor que no persiste.


EN LA CATEDRAL VIEJA DE SALAMANCA

Sancta Ovetensis, Pulchra Leonina,
Dives Toletana, Fortis Salmantina.

Sede robusta, fuerte Salmantina,
tumba de almas, dura fortaleza,
siglos de soles viste
dorar tu torre.

Dentro de ti brotaron las plegarias
cual verdes palmas aspirando al cielo
y en rebote caían
desde tus bóvedas.

Éste el hogar de la ciudad fue antaño:
aquí al alzarse en oblación la hostia,
con las frentes dobladas
y de rodillas,

temblando aún los brazos de la lucha
contra el infiel, sintieron los villanos
en sus ardidos pechos
nacer la patria.

Mas hoy huye de ti la muchedumbre
y tan sólo uno y otro, sin mirarse,
buscan en ti consuelo
o tal vez sombra.

Templo esquilmado por un largo culto
que broza y cardo sólo de sí arroja,
tras de barbecho pide
nuevo cultivo.

Sólo el curioso turba tu sosiego,
de estilos disertando entre tus naves,
pondera tus columnas
elefantinas.

El silencio te rompe de la calle
viva algazara y resonar de turbas,
es el salmo del pueblo
que se alza libre.

Libre de la capucha berroqueña
con que fe berroqueña lo embozara.
libre de la liturgia,
libre del dogma.

¡Oh mortaja de piedra, ya ni huesos
quedan del muerto que guardabas, polvo
por el soplo barrido
del Santo Espíritu!

Ellos sin templo mientras tú sin fieles,
casa vacía tú y fe sin casa
la nueva fe que a ciegas
al pueblo empuja.

En tus naves mortal silencio, y frío,
y en las calles, sin bóvedas ni arcadas,
calor, rumor de vida
de fe que nace.

Las antiguas basílicas, las regias
salas de la justicia ciudadana
brindáronle su fábrica
del Verbo al culto.

Y el Espíritu Santo que en el pueblo
va a encarnar, redentor de las naciones,
¿dónde hallará basílica,
de sede regia?

Quiera Dios, vieja sede salmantina,
que el pueblo tu robusto pecho llene,
florezca en tus altares
un nuevo culto,

y tu hermoso cimborrio bizantino
se conmueva al sentir cómo su seno
renace oyendo en salmo
la Marsellesa.

Miguel de Unamuno, Poesías (1907), en Antología de la Poesía Modernista Española, Castalia, Madrid, 2008.


Detalle de la catedral de Salamanca


Sea como sea, la piedra permanece y en ella se concentra la huella de lo inefable.


ISLA DE PIEDRAS

A Dionisio Cañas

Esta tarde, solitario en Skype,
después de tantas horas solo ya pasadas, de tantas noches
venideras y solas (terriblemente han de venir
todas las horas del dolor),
veo la niebla subir de las Colinas Rojas,
y en esta isla atormentada,
de oscuridad y roca,
mis pies pisan el mundo desolados.

Intento recordar días recientes,
la tarde fría de la primavera de Oban,
o acaso el ancho rayo de blanquísimo fuego
cayendo en el islote nebuloso
donde, enfermos, agonizan los pájaros.
Intento recordar, traer algún calor
al pecho.

Y ahora que estoy más dentro de la noche
el tiempo ha serenado,
mientras avanzo en busca de cobijo.
Y he detenido el paso, en esta luz incierta,
para mirar la gusanera de los cielos
trocarse en un enjambre de luces detenidas,
y así curar el pecho, con engaño, de su honda soledad.
Pero en la medianoche el cielo es tenso, y al occidente huye, con
luz
que va a su muerte.
Y allí está el mar, abrazado de rocas ahora oscuras,
violeta cansada
que sostiene en su luz la muerta pesadumbre de la tierra.
El mar llega a mis ojos consolándolos,
pues él me está diciendo que no todo es dolor,
que aquí el mundo aún alienta.
Y más hacia la muerte van los ojos, donde cierra la luz
su resplandor dormido,
allá en el horizonte de las islas:
son islas de cristal, columnas de humo blanco, son jóvenes estrellas
que agonizan de frío.

Este paisaje hermoso es luz que muere, es roca atormentada,
oscuridad que ciega el ojo.
Y un viento vuela a mí, con milagroso olor,
y a tientas busco la florida rama.
Y encontrada la flor,
he mirado las luces de los cielos
con pecho consolado,
porque nunca se acaba el olor de las rosas.

Francisco Brines, Palabras a la Oscuridad (1966), en Todos los Rostros del Pasado, Círculo de Lectores, Madrid, 2007.



Piedra Movediza, en Tandil, Argentina

sábado, 24 de abril de 2010

Escrito en la Piedra III

Me gustaría terminar esta especie de monográfico con la que probablemente sea la más sublime expresión de la piedra. Me refiero con ello a la transformación del elemento natural en obra de arte, a la escultura y arquitectura, al monumento que, debido a su pétrea existencia, sobrevive al paso del tiempo y es símbolo e identidad de un pueblo. Por ello, divido esta entrada en dos partes, poniendo punto y final a esta disertación con la próxima aportación.

El largo poema parnasianista de Ricardo Gil que expongo a continuación es ejemplo de como esta corriente estética se centra en el detalle, en la emoción contenida dentro de la aparente frialdad de la belleza de la piedra. Contiene, además, la decadencia del paso del tiempo atrapado en el olvido de una estatua, la cual en su día gozó de admiración y elogios, al igual que uno de los tantos dioses creados por las personas. Nada es inmune a las horas ni a la vanidad humana y el poeta es el único ser capaz de captar la belleza esencial de lo arrinconado y marginal. El poeta es comparado a un dios - Poetas, torres de Dios, proclamaba Rubén Darío-.



LA ESTATUA CAÍDA

A mi hermano Adolfo

En la gruta del parque abandonado
lo vi, al pasar, caído
del pedestal que fue tronco envidiado.
Era un dios; no sé cuál...¡Tantos han sido
los que la Humanidad ha derribado!...

Por la arboleda, vaga salmodía
como un adiós eterno
sonaba opacamente. Anochecía.
Con besos sin calor se despedía
de la pálida estatua sol de invierno.

Inmóvil, mudo, en soledad medrosa,
el derribado bulto
brillaba con blancura misteriosa.
Yo lo creí cadáver insepulto
que me pedía la negada fosa.

No perdió en la caída su grandeza.
Pallium tejió severo
sobre sus desnudeces la maleza,
velando así la olímpica belleza
que palpita en los números de Homero.

Parecía esquivar, como indignada,
la divina escultura
vil contacto de tierra encenagada,
levantando en extática postura
su frente pensativa y coronada.

Aún la diestra de mármol arrogante
sujetaba con brío
el cálix de los dioses elegante:
cálix que rebosó de néctar fragante,
ya para siempre inútil y vacío.

El dios que a los mortales amó tanto
guardó el cálix glorioso
esperando, tal vez, en su quebranto
que lo llenara el hombre generoso
con la ambrosía del dolor: el llanto.

¡Y se engañaba el dios! Mas un lamento
de prolongadas notas,
respondió al enojoso pensamiento...
De aquellas rocas húmedas, con lento
compás caían sollozantes gotas.

¡Oh, suprema Piedad!... Aquel gemido
era tu voz doliente
llorando de los hombres el olvido.
Tú llenabas el cálix lentamente
con llanto de las rocas desprendido.

Por el sol de las gotas arrullada,
en abstracción constante,
la pensativa estatua derribada
hundía en el espacio su mirada
como atraída por visión distante.

Interrogué, por ella fascinado,
su mirada tranquila,
y así como en las aguas reflejado
tiembla el sol, en sus ojos sin pupila
vi temblar el reflejo del pasado.

Y leí de sus ojos en lo oscuro:
-¿Qué tenebrosa idea
del artista aguzaba el hierro duro?...
¿Quién me hizo dios y luego el inseguro
pedestal derribó?...¡Maldito sea!

¡Oh, fugitiva luz!... Rastro sereno
de días ya remotos,
no te apagues aún, de encanto lleno
fulgura mientras van mis miembros rotos
confundiéndose informes con el cieno.

¿Quién turbó mi reposo?... ¿Qué locura,
golpeando incesante,
deslizó por la piedra tosca y dura
esa línea que ondula palpitante
con el ritmo ideal de la hermosura?...

¿Quién cinceló mi pecho levantado
por inmortal anhelo
y en las esbeltas olas modelado?...
¿Quién a mi tersa frente dio, inspirado,
la misteriosa redondez del cielo?

¿Para qué la ciñó cerco divino,
que es de espinas ahora,
y el noble cálix a mis manos vino
que de la vida el néctar atesora,
si era morder el polvo de mi destino?

Del que ornó con diadema escarnecida
mis sienes altaneras.
sea la raza infame maldecida...
-¡ Calla, la interrumpí. Calla y olvida.
No maldigas al hombre... ¡Si supieras!

Pobre mármol, tan frágil como hermoso,
que en polvo te deshaces,
de la montaña al seno tenebroso
volando van tus átomos fugaces,
y allí de nuevo encontrarán reposo.

Pero el que te formó no halla sosiego.
Consigo mismo en guerra,
no conoce la paz y marcha ciego,
labrando dioses que derriba luego
y que marcan su paso por la tierra.

De la humana pasión cada latido,
tomando forma y nombre,
fue un dios ayer por otro dios vencido;
un ideal es hoy que olvida el hombre
por otros ideales seducido.

La sed de lo absoluto le devora
con ansiedad creciente,
y en esos vanos ídolos que adora
una chispa encerró deslumbradora
de la hermosura que al soñar presiente.

Sólo una chispa de fulgor escaso
que breve se desliza
cuando él en sueños ve sol sin ocaso...
¡Eterna sed al hombre martiriza,
y una gota no más encierra el vaso!...

Tú misma, estatua mutilada y vieja,
con tus contornos bellos,
la sed irritas que al mortal aqueja.
Tu hermosura fugaz sólo refleja
de un eterno ideal vagos destellos.

Piensa que él ama el ídolo elevado
en sus débiles hombros;
que lo mira caer desconsolado,
y antes de hollar su planta los escombros,
con llanto de dolor los ha regado.

¡Oh! si tú conocieras el tormento
de la impotencia humana,
¿cómo podría maldecir tu acento?...
El hombre no reposa ni un momento...
Tú, pobre dios, descansarás mañana.

.....................................................................

Me oyó la estatua; su expresión altiva
mi voz troncó en ternura,
y la vi, meditando compasiva,
levantar en extática postura
su frente coronada y pensativa.

Comenzaba la noche. En esa hora
que lo entristece todo,
me alejé de la gruta donde mora
el dios; en soledad aterradora
quedóse blanqueando sobre el lodo.

Por inquietud constante fustigado,
y por el vano ruido
de la ciudad, sin tregua, mareado
vivo, si esto es vivir, pero no olvido
aquel rincón del parque abandonado.

Y al ver huir del torbellino en alas,
rozando lodo inmundo,
las que fueron ayer preciosas galas,
pienso en ti, pobre dios, que así resbalas
hacia ese abismo lóbrego y profundo.

¡Oh, dios caído! En nuestra edad inquieta
nadie tu pena siente.
¿Quién tus despojos pálidos respeta,
y en el desierto parque tristemente
los saluda al pasar? Sólo el poeta.

Él buscará en la gruta sombría
estatua coronada todavía.
y en la tarde unirá su adiós eterno
al eco de remota salmodía
y al beso sin calor del sol del invierno.

Ricardo Gil, La Caja de Música (1898), en Antología de la Poesía Modernista Española, Castalia, Madrid, 2008.






Si la transformación de la piedra en monumento y estatua supone un intento de captar la esencia de lo etéreo -léase ideal o dios, pues transformar una personalidad destacada en estatua (o piedra) es elevarla a la categoría de dios- y erigirlo en identidad y objeto de culto, su destrucción supone una forma de dominio y, a veces, humillación. En el anterior poema, era el olvido de las personas el que pasaba factura a la estatua, en el que vamos a ver a continuación, es la propia mano de éstas la que destruye la memoria y gloria de un momento y nación. Ahora bien, en éste la esencia, la identidad del pueblo no se halla en la piedra, sino en la tierra como expresión propia de una colectividad.


JÓNICO

Aunque hayan derribado sus estatuas
y estén proscritos de sus templos,
los dioses viven siempre,
oh tierra de Jonia, y es a ti a quien aman,
a ti a quien añoran todavía.
Cuando sobre ti surgen las mañanas de agosto
el temblor de sus pies atraviesa la atmósfera;
y a veces la imagen de un efebo,
inasible como una sombra alada,
sobre las colinas te toma.

Konstantinos Kavafis, Poemas, Mondadori, Madrid, 1998.




Máxima expresión del ideal reflejado en la piedra es el poema de Luis Cernuda, El Ruiseñor sobre la Piedra, pues en él se celebra la verdad de la España ideal representada de forma visible y perdurable en el monasterio de El Escorial, imagen de armonía eterna que consuela en el tiempo discorde del destierro del poeta, pues aparece éste en el poema como imagen de la belleza inútil frente al utilitarismo del mundo anglosajón del exilio.

En El Ruiseñor sobre la Piedra se integra la preocupación patriótica del poeta en el sistema de valores estéticos, porque el monasterio es también símbolo de la belleza y el poema trata de la naturaleza del arte.


EL RUISEÑOR SOBRE LA PIEDRA

Lirio sereno en piedra erguido
junto al huerto monástico pareces.
Ruiseñor claro entre los pinos
que un canto silencioso levantara.
O fruto de granada, recio afuera,
mas propicio y jugoso en lo escondido.
Así, Escorial, te mira mi recuerdo.
Si hacia los cielos anchos te alzas duro,
sobre el agua serena del estanque
hecho gracia sonríes. Y las nubes
coronan tus designios inmortales.

Recuerdo bien el sur donde el olivo crece
junto al mar claro y el cortijo blanco,
mas hoy va mi recuerdo más arriba, a la sierra
gris bajo el cielo azul, cubierta de pinares,
y allí encuentra regazo, alma con alma.
Mucho enseña el destierro de nuestra propia tierra.
¿Qué saben de ella quienes la gobiernan?
¿Quienes obtienen de ella
fácil vivir con un social renombre?
De ella también somos los hijos
oscuros. Como el mar, no mira
qué aguas son las que van perdidas a sus aguas,
y el cuerpo, que es de tierra, clama por su tierra.

Porque me he perdido
en el tiempo lo mismo que en la vida,
sin cosa propia, fe ni gloria,
entre gentes ajenas
y sobre ajeno suelo
cuyo polvo no es el de mi cuerpo;
no con el pensamiento vuelto a lo pasado,
ni con la fiebre ilusa del futuro,
sino con el sosiego casi triste
de quien mira a lo lejos, de camino,
las tapias que de niño le guardaran.

Dorarse al sol caído de la tarde,
a ti, Escorial, me vuelvo.

Hay quienes aman los cuerpos
y aquellos que las almas aman.
Hay también los enamorados de las sombras
como poder y gloria. O quienes aman
sólo a sí mismos. Yo también he amado
en otro tiempo alguna de esas cosas,
mas después me sentí a solas con mi tierra,
y la amé, porque algo debe amarse
mientras dura la vida. Pero en la vida todo
huye cuando el amor quiere fijarlo.
Así también mi tierra la he perdido,
y si hoy hablo de ti es buscando recuerdos
en el trágico ocio del poeta.

Tus muros no los veo
con estos ojos míos,
ni mis manos los tocan.
Están aquí, dentro de mí, tan claros,
qye con su luz borran la sombra
nórdica donde estoy, y me devuelven
a la sierra granítica en que sueñas
inmóvil, por la verde foscura de los montes
brillando al sol como un acero limpio,
desnudo y puro como carne efímera,
pero tu entraña es dura, hermana de los dioses.

Eres alegre, con gozo mesurado
hecho de impulso y de recogimiento,
que no comprende el hombre si no ha sido
hermano de tus nubes y tus piedras.
Vivo estás como el aire
abierto de montaña,
como el verdor desnudo
de solitarias cimas,
como los hombres vivos
que te hicieron un día,
alazando en ti la imagen
de la alegría humana,
dura porque no pase,
muda porque es un sueño.

Agua esculpida eres,
música helada en la piedra.
La roca te levanta
como un ave en los aires;
piedra, columna, ala
erguida al sol, cantando
las palabras de un himno,
el himno de los hombres
que no supieron cosas útiles
y despreciaron cosas prácticas.
¿Qué es lo útil, lo práctico,
sino la vieja añagaza diabólica
de esclavizar al hombre
al infierno en el mundo?

Tú, hermosa imagen nuestra,
eres inútil como el lirio,
Pero, ¿cuáles ojos humanos
sabrían prescindir de una flor viva?
Junto a una sola hoja de hierba,
¿qué vale el horrible mundo práctico
y útil, pesadilla del norte,
vómito de la niebla y el fastidio?
Lo hermoso es lo que pasa
negándose a servir. Lo hermoso, lo que amamos,
tú sabes que es un sueño y que por eso
es más hermoso aún para nosotros.

Tú conoces las horas
largas del ocio dulce,
pasadas en vivir de cara al cielo
cantando el mundo bello, obra divina,
con voz que nadie oye
ni busca aplauso humano,
como el ruiseñor canta
en la noche del estío,
porque su nido quiere
que cante, porque su amor le impulsa.
Y en la gloria nocturna
divinamente solo
sube su canto puro a las estrellas.

Así te canto ahora, porque eres
alegre, con trágica alegría
titánica de piedras que enlaza la armonía,
al coro de montañas sujetándola.
Porque eres la vida misma
nuestra, mas no perecedera,
sino eterna, con sus tercos anhelos
conseguidos por siempre y nuevos siempre
bajo una luz sin sombras.
Y si tu imagen tiembla en las aguas tendidas,
es tan sólo una imagen;
y si el tiempo nos lleva, ahogando tanto afán
insatisfecho,
es solo como un sueño;
que ha de vivir tu voluntad de piedra.
Ha de vivir, y nosotros contigo.

Luis Cernuda, Las Nubes (1940) en Las Nubes. Desolación de la Quimera, Cátedra, Madrid, 2003.

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, 1563/67.