sábado, 8 de octubre de 2011

La Odisea de Angelopoulos*

* Basado en Alberó, P., Theo Angelopulos. La Mirada de Ulises, Barcelona, Paidós, 2000.

Ulises representa al peregrino, al ser humano en viaje iniciático, cuya Ítaca supone un regreso a los orígenes, pero, eso sí, con una madurez y un crecimiento adquiridos a través de los obstáculos superados durante el camino. Tras leer la Odisea (Homero) y ver La Mirada de Ulises (Theo Angelopoulos, 1995), pienso que el viaje del protagonista tiene un carácter iniciático, siendo a un mismo tiempo proceso de aprendizaje y reflexión sobre este proceso, ya que está superpuesto a la vida, es decir, tras su historia, solo existe la vida en tanto que existe el viaje, siendo precisamente ese viaje lo que da sentido a la vida.


Homero



Con el paso de los siglos, Homero y la Odisea han pervivido como referencias clave de la historia de la literatura, pero creo que en el cine de Angelopoulos se trasciende lo literario y lo formal para adentrarse en lo existencial, de tal manera que en su forma de mirar el mundo descubrimos el trazo homérico que dibuja unos personajes arquetípicos, sin ningún rasgo psicológico; de constitución noble, heroica, incapaces de renunciar a sus principios y objetivos; donde la sabiduría es patrimonio de la experiencia y la acción su valor supremo. Pienso también que, por encima de todo, aparece reflejado un sentido mítico y simbólico, globalizador, por lo que cualquiera como individuo puede sentirse identificado en el viaje.


La Mirada de Ulises, Theo Angelopoulos, 1995.



Uno de los aspectos cuyo tratamiento me parecen más interesantes por parte del director es la relación A/Penélope, ya que, a diferencia de Homero, Angelopoulos propone una despedida eterna, la imposibilidad del reencuentro, en pos del propio conocimiento. Ahora bien, creo que nos encontramos, pese a ello, ante un amor eterno, constante, ya que Penélope es recordada cuando A consigue alcanzar su Ítaca personal, y con ella está dispuesto a compartir el conocimiento adquirido, pese a la distancia que conscientemente los separa.

El hecho de que aparezca reflejado el eterno femenino en las cuatro mujeres que forman parte del camino de A me parece también sumamente interesante, puesto que pienso que es reflejo del componente femenino como motor que mueve el mundo. Por otro lado, veo también reflejado en ello el amor de A hacia Penélope, pues, al ser interpretados los cuatro personajes por la misma actriz, no ve en las otras mujeres sino el reflejo de aquella a quien ama. O, quizás, todas a las que el protagonista ama no sean sino diferentes matices de una misma mujer.



La Mirada de Ulises, Theo Angelopoulos, 1995.


Por otro lado, me parece sumamente acertado el motivo principal del viaje emprendido por A: recuperar la Inocencia o, lo que es lo mismo, llegar hasta la primera mirada, en un momento del ciclo vital en que el protagonista está ciego. El dolor, la destrucción, sirven al viajero para realizar un proceso de purificación, a través del cual uno se vuelve más pequeño, más humilde, más esencial. A partir de ahí, la mirada se renueva y, si bien es cierto que la tristeza no desaparece, lo superfluo queda relegado a un segundo plano.

Por lo tanto, pienso que La Mirada de Ulises es una película completamente humana, entendiendo como tal el tratamiento que el director hace del mito y los arquetipos, aplicable a la experiencia de cualquier indiviudo y, por tanto, esencial para entender, no solo al mundo que nos rodea, puesto que estos forman parte de la colectividad, sino a uno mismo y al viaje personal sin fin hacia el autoconocimiento.


Theo Angelopoulos




PEREGRINO

¿Volver? Vuelva el que tenga,

Tras largos años, tras un largo viaje,

Cansancio del camino y la codicia

de su tierra, su casa, sus amigos,

Del amor que al regreso fiel le espere.


Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas,

Sino seguir libre adelante,

Disponible por siempre, mozo o viejo,

Sin hijo que te busque, como a Ulises,

Sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.


Sigue, sigue adelante y no regreses,

Fiel hasta el fin del camino y tu vida,

No eches de menos un destino más fácil,

Tus pies sobre la tierra antes no hollada,

Tus ojos frente a lo antes nunca visto.

Cernuda, L., Desolación de la Quimera (1962), en Las Nubes. Desolación de la Quimera, Madrid, Cátedra, 2003.

martes, 26 de julio de 2011

La Mujer Desde la Mujer III

Uno de los mitos sexistas más extendidos y resistentes al cambio es el que apunta hacia la maternidad como realización natural de la mujer. Si bien es cierto que no puede negarse el deseo de ser madre y el hecho que, en muchos casos, la maternidad suponga una realización personal importante, hay que tener en cuenta también que sexo femenino no significa instinto maternal per se. ¿El llamado instinto maternal es deseo libre de la mujer o es imposición social por el hecho de ser mujer?.

Al mismo tiempo, es necesario tener bien presente que la mujer, al igual que el hombre, es libre en su poder de decisión y son muchos los planos que pueden conducir a que esta se sienta plenamente realizada, más allá del acto de ser madre e incluso excluyendo este hecho.

Pero este mito es tan resistente y está tan fuertemente arraigado, que cuando una nace mujer, la sociedad espera de ella que sea madre, teniendo lugar una presión implícita, y frecuentemente también explícita, en cada paso que una toma. Sin darse cuenta del todo, la mujer está socialmente predestinada a ser madre por el simple hecho de nacer mujer.

La cultura y sociedad androcéntrica y patriarcal es tan impositiva en este y muchos otros hechos, que puede convertir la vida de una mujer sin hijos en una verdadera pesadilla.


MUJER SIN HIJOS

El útero

sacude su vagina, la luna

se vacía desde el árbol sin rumbo fijo.

Mi paisaje es una mano sin líneas,

las sendas se arraciman anudándose,

el nudo mismo,


yo, la rosa que consigues:

este cuerpo,

este marfil


divino cual lloro de niño.

Arácnida, yo, hilo espejos,

fiel a mi imagen,

manando solamente sangre:

¡degústala, rojo mate!

Y mi floresta


mi funeral,

y esta colina u estotra

luciente de cadaverinas bocas.

Plath, Silvia, Antología, Madrid, ed. deJesús Pardo, Visor de Poesía, 2003.






Por otro lado, es innegable que el hecho de ser madre puede, y atención con ese puede porque no siempre es así, suponer una realización personal importante. Y es intersante en este punto tener en cuenta que la mujer convive nueve meses con el feto, siendo este parte inseparable de su propio cuerpo. Por tanto se produce algo que el hombre nunca podrá llegar a vivir o comprender del todo: crear o dar a luz una parte del propio ser, un mismo latido. Si además este acontecimiento es sublimado y mitificado por la sociedad y convertido en finalidad propia del sexo femenino, resulta comprensible que el aborto sea configurado como tabú y una de las más grandes desgracias que la mujer pueda vivir.


Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo.
Se repartió mi alma para formar tu alma.
Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia
de días sin reposo y noches desveladas.
Y fue en la hora de verte que te perdí sin verte.
¿De qué color tus ojos, tu cabello, tu sombra?
Mi corazón que es cuan que en secreto te guarda,
porque sabe que fuiste y te llevó en la vida,
te seguirá meciendo hasta el fin de mis horas.
Méndez, Concha, Niño y Sombra (1936), en Poetas del 27. La Generación y su Entorno. Antología Comentada, Madrid, Austral, 2007.





Como señalaba antes, la maternidad supone un acontecimiento biológico para la mujer, según el cual su cuerpo cambia y se producen cambios hormonales y psicológicos que en el hombre no tienen lugar. Sí es cierto que el hombre o miembro de la pareja que no participa de la gestación se prepara mentalmente para el proceso de embarazo y posterior paternidad, pero la mujer va creando toda una serie de vínculos naturales con el feto, puesto que no solo lo transporta, sino que además lo alimenta, lo protege, y este es a ella a quien más cerca siente y al cuerpo de su madre al que se habitúa y toma como morada.

Pero desengañémonos, no siempre el embarazo es placentero para la mujer. En muchas ocasiones esta se siente extraña a sí misma, arrebatada, con náuseas, pesada, apática y, una vez nacido el niño o la niña, vacía. Otras veces no. De la misma manera, unas están dispuestas a dar el pecho al bebé y otras no. Sin ser mejores o peores madres. Simplemente, haciendo uso de su libertad como mujeres.


DANDO EL PECHO

Al cogerla tengo que tener cuidado.

Es como tratar de cargar un montoncito de agua

sin que se derrame.

Me siento en la mecedora

la acuno,

y al primer quejido,

empiezo a dar leche como vaca tranquila.

Ella vuelve a ser mía,

pegadita a mí,

dependiendo de mí

como cuando solo yo la conocía

y vivía en mi vientre.

Belli, Gioconda, Escándalo de Miel, Barcelona, Seix Barral, 2011.





En conclusión, biológicamente mujeres y hombres somos diferentes, y el proceso de maternidad forma parte de esa diferencia biológica, ahora bien, sobre todas las cosas está la libertad de elección y el hecho de nacer con órganos sexuales femeninos no debe condicionar, de ninguna manera, la opción escogida o forma de autorrealización de ninguna mujer. No nacemos para ser madres. Nacemos para ser la persona que cada una queremos ser.


(...) En los remolinos del noviazgo perdí la virginidad, que nunca he podido entender por qué se considera una pérdida lo que es una ganancia, en un Sinca 1000, como en la canción que hizo furor pocos años después. Aquel suceso no lo viví como un descubrimiento gozoso, sino como una especie de obligación para con mi novio, a la que accedí gustosa, sin duda, pero que luego me produciría muchas culpabilizaciones y remordimientos. Pensaba entonces que a partir de aquello nadie me iba a querer ni a valorar, porque había dejado de ser virge, y ese pensamiento, que no se me iba de la cabeza, me llenaba de congoja. Me habían educado así y eran conceptos morales que tenía grabados a fuego en el cerebro y que me costaría mucho esfuerzo y contratiempos quitarme de encima. Cuando no se sabe nada de la vida, ni se conocen otras cosas que las que te han inculcado desde los prejuicios más rancios, una situación así puede llegar a ser muy incómoda y no tiene otra salida decente que la iglesia (...).

Dómiza Zara, Dómina Zara: Soy un Sueño. Memorias, Barcelona, Plaza y Janés, 2005.



Dómina Zara

viernes, 15 de julio de 2011

La Mujer Desde la Mujer II

Con la liberación y proclamación de los derechos de la mujer se comenzó a reconocer un cuerpo diferente, el femenino, iniciándose un combate contra la ignorancia y a favor de la aceptación.

Durante siglos, fruto del desconocimiento y el temor, se consideró el flujo menstrual como maligno, al mismo tiempo que se tenía una concepción de la mujer como pecado y pecaminosa, bruja o sucia. El hablar sobre ello estaba vetado. La femineidad debía ser ocultada.



BEODOS

Enfangada en el colchón bajo el signo de la bruja tarasca,

en su apretón de sangre, la ensoporada virgen

ahorca con su menstruación al hombre lunar

cargado de gavillas en su huevo sin fisuras.

Incubado en apurado bocoy de tintorro,

él domina, inumbilicado a gemidos,

pero al precio de acribillarse la piel:

piscirrabudas chicas levan sus blancas piernas.

Plath, Silvia, El Coloso (1960), en Antología, ed. de Jesús Pardo, Madrid, Visor de Poesía, 2003.






Hoy en día las cosas han cambiado, de acuerdo, pero tampoco tanto.

A las mujeres nos cuesta hablar sobre la menstruación en voz alta y rodeada de hombres. Si necesitamos pedir un tampón o una compresa, siempre es en voz baja. No son muchos los hombres que deseen mantener relaciones sexuales durante este periodo del mes, pese a que está demostrado que para nosotras es mucho más placentero el acto sexual debido a los cambios hormonales. Y por si fuera poco, los anuncios publicitarios nos martirizan con chicas en pantaloncitos cortos de color blanco dando saltitos, cuando sabemos que es una osadia el vestir de blanco durante los primeros días y preguntándonos el porqué de tanta pirueta porque animalitos no somos. Aparecen también en estos anuncios mujeres vestidas de rojo y grilletes en un avión, resultando rídicula la personalización de lo biológico. En fin.


MENSTRUACIÓN

Tengo

la "enfermedad"

de las mujeres.

Mis hormonas

están alborotadas,

me siento parte

de la naturaleza.

Todos los meses

esta comunión

del alma

y el cuerpo;

este sentirse objeto

de leyes naturales

fuera de control;

el cerebro recogido

volviéndose vientre.

Belli, Gioconda, Escándalo de Miel, Barcelona, Seix Barral, 2011.





La verdad es que cuando tenemos la menstruación tenemos un cambio hormonal. Algunas estamos tristes, otras enfadadas y otras ni lo notamos. A muchas nos apetece tener relaciones sexuales, pues la sangre se limpia como se limpia el semen. A veces nos duele la cabeza, o tenemos dolor de barriga, ovarios o riñones, o todo a la vez. Otras veces, pensamos en un alarde de feminismo que el síndrome premenstrual es una engañina y no existe, pero al mes siguiente solo queremos desaparecer durante esos días. Frecuentemente, pese a tampones y compresas, nos ensuciamos. Y, sobre todo, lo que no hacemos, es dar saltitos, hablar con nuestra regla o cortar la mahonesa.


MICROLECCIÓN DE ANATOMÍA DE PAULA H*

Yo dije: "¡¡cojones!!"

y ella: "no pronuncies palabras

que no tienes en el cuerpo".

*Paula Hoogenboom a los diez años.

Ajo, Micropoemas 2, Madrid, Arrebato, 2010.




Funda para tampón.

miércoles, 6 de julio de 2011

La Mujer Desde la Mujer I

Es un hecho constatable el que la mujer genere de manera ininterrumpida fascinación y curiosidad en el hombre. En una sociedad patriarcal y androcéntrica, en la que el componente masculino es el que prima y dirige, ya sea consciente o inconscientemente, el espacio público, estamos demasiado acostumbrad@s a conocer mucho mejor un único punto de vista: el del varón. Por descontado, el arte también forma parte de esa maraña androcéntrica y sexista, y las voces femeninas han sido durante siglos ocultadas y silenciadas.

Pues bien, hay muchas mujeres poetas y muy buenas.


El hombre siempre ha hablado sobre la mujer y la mujer también lo ha hecho sobre el hombre. Pero ya es hora de escucharlas a ellas, porque como mujeres, no siempre nos sentimos identificadas con lo que ellos escriben sobre nosotras: belleza, amor, pecado, crueldad, sentimiento, fragilidad, todas ellas palabras muy bellas, pero que también forma parte del sexo masculino y no nos definen a nosotras por naturaleza.

¿Queréis saber, hombres del mundo, cómo somos las mujeres?, pues leednos, escuchadnos.

Nos situamos a finales del Barroco y empezamos con unos fragmentos de las redondillas más famosas y osadas de la literatura hispanoamericana, las de Sor Juana Inés:

REDONDILLAS

Arguye de inconsecuentes el gusto y la censura de los hombres, que en las mujeres acusan lo que causan.

Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver qe sois ocasión,

de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien,

si las incitáis al mal?.

Combatís su resistencia,

y luego, con gravedad,

decís que fue liviandad

lo que hizo la diligencia (...)

Siempre tan necios andáis

que, con desigual nivel,

a una culpáis por cruel,

y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada

la que vuestro amor pretende,

si la que es ingrata, ofende,

y la que es fácil, enfada? (...)

¿Pues para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Queredlas cual las hacéis,

o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,

y después, con más razón,

acusaréis la afición

de la que os fuere a rogar (...).

De la Cruz, Sor Juana Inés, Poesía Lírica, Madrid, Cátedra, 2009.





Sor Juana Inés de la Cruz


Como mujeres, poseemos un cuerpo diferente al del hombre, convertido en objeto de deseo y motivo poético en prácticamente toda la historia de la literatura. Y es lógico, porque el desconocimiento exacerba el deseo sexual, pero si despojamos la descripción de nuestras curvas (ya sean más o menos) de todo deseo y nos centramos en su belleza, como bello puede ser el cuerpo de un pájaro, una tortuga o una hormiga, tenemos lo siguiente:



Así morirán mis manos oliendo a espliego falso

y morirá mi cuello hecho de musgo,

así morirá mi colonia de piano y de tinta.

Así la luz rayada,

la forma de mi forma,

mis calcetines de hilo,

así mi pelo que antes fue barba bárbara de babilonios

decapitados por Semíramis.

Por último mis senos gramaticalmente elípticos

o las anchas caderas que tanto me hicieron llorar.

Por último mis labios que demasiado feroces se volvieron,

el griego hígado,

el corazón medieval.

la mente sin cabalgadura.

Así morirá mi cuerpo de arco cuya clave es ninguna,

es la música haciendo de tiempo,

verde música sacra con el verde del oro.

Andreu, Blanca, De una Niña de Provincias que se Vino a Vivir en un Chagall (1981) en Poesía Española Reciente, Madrid, Cátedra, 2008.





Así, cada palabra adquiere pleno sentido, cada parte es nombrada y reconocida, y gracias a ese reconocimiento, nos identificamos como seres femeninos, no excentas de una merecida y orgullosa sensualidad:


TALLER DE SEDERÍA

Es un espléndido manantial de magnífica seda (...)

Salvo la seda, no hay otro comercio en esta ciudad,

por lo cual los forasteros no permanecen en ella y

solo la habitan sus propios vecinos.

Ibn Al-Jatib

Seda del párpado, seda de la ingle,

seda roja del cielo de la boca,

seda blanca, escondida, de la nuca,

la pieza con pequeños lunares de la espalda,

crisálida de seda del ombligo,

el ovillo del pubis, la seda que se adentra,

el encaje de seda de la axila,

la organza de los labios,

la piel como sedante,

las palabras sedosas

el sedal sin anzuelo de los brazos,

piel de fibra tensada - tarea de hiladera

del gusano inquilino, el tejedor del gremio

de los sastres futuros que destejen

la vieja seda rota y desvaída,

del trapero que rasga y que descose

los últimos recortes, los retales,

la mortaja de seda apolillada.

Luque, Aurora, Transitoria (1998), en Poesía Española Reciente, Madrid, Cátedra, 2008.





Madre I, Jane Beall



Y es que resulta que la literatura es conocimiento. Para que luego haya quien diga que no sirve para nada...

(...) No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no entendamos a nosotros mesmos ni sepamos quiénes somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese quién fue su padre, ni su madre, ni de qué tierra?.

Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor lo que hay en nosotras cuando no procuramos saber saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos, y ansí, a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos alma; mas que bienes puede haber en esta alma u quien está dentro de esta alma y el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos, y ansí se tiene en tan poco procurar con todo cuidado conservar su hermosura; todo se nos va en la grosería del engaste u cerca de este castillo, que son estos cuerpos (...).

De Jesús, Teresa, Moradas del Castillo Interior, en Antología, ed. de Mª Pilar Manero Sorolla, Barcelona, LHU, 1992.



viernes, 25 de marzo de 2011

Monjas y Monjitas II

En el que es considerado su último poemario importante, Cantos de Vida y Esperanza (1905), Rubén Darío, poeta modernista por excelencia del mundo hispano, dedica un poema a una tal Sor María.

En la forma cordial de la boca, la fresa
solemniza su púrpura; y en el sutil dibujo
del óvalo del rostro de la blanca abadesa
la pura frente es ángel y el ojo negro es brujo.
Al marfil monacal de esa faz misteriosa
brota una dulce luz de un resplandor interno,
que enciende en las mejillas una celeste rosa
en que su pincelada fatal puso el Infierno.
¡Oh, Sor María! ¡Oh, Sor María! ¡Oh, Sor María!
la mágica mirada y el continente regio,
¿no hicieron en una alma pecaminosa un día
brotar el encendido clavel del sacrilegio?
Y parece que el hondo mirar cosas dijera,
especiosas y ungidas de miel y de veneno.
(Sor María murió condenada a la hoguera:
dos abejas volaron de las rosas del seno).
Rubén Darío, Cantos de Vida y Esperanza, (1905), en Azul... Cantos de Vida y Esperanza, Madrid, Espasa, 1998.

Como podemos ver, prima el léxico cuidado, la magistral sinestesia, el colorido adjetivo que sorprende por su condición de inesperado. El poeta contrapone dos elementos, lo angelical y puro a lo infernal y pecaminoso, que acabarán por constituir el desarrollo del poema: la tentación que subyuga a la religiosa, cuyo cuerpo debiera mantenerse casto y libre de los males de la carne, pese a su belleza. De ahí que se corrompa y por ello sea castigada.

Ahora bien, pese al pecado en el que cae, el alma de Sor María es pura y limpia. Así, en su muerte se elevan hacia lo más alto del cielo dos abejas, despegando de las rosas del seno, símbolos de la Poesía y, por tanto, de la Belleza y el Ideal, de lo eterno.





I. Bergman en Las Campanas de Santa María, L. Mc Carey, 1945.


En Romancero Gitano (1924/27), haciendo uso de la poesía popular, Federico García Lorca dedica también un poema a una monja. Lo vemos a continuación.

Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Que bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre la tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor último y sordo
le despega la camisa,
y al mirar nubes y montes
en las yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh, qué llanura empinada
con veinte soles arriba!
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega el ajedrez
alto de la celosía.

Federico García Lorca, La Monja Gitana, en Romancero Gitano, 1924/27.


Poesía de corte popular, en este poema García Lorca nos presenta, mediante bellísimas imágenes imposibles, extrañas e intuitivas, a una monja que teje y mira hacia el exterior a través de una celosía. En un tono afectivo, en el que abundan las exclamaciones, el poeta nos cuenta el anhelo de esta. El mundo se despierta y clama por su atención, pero ella lo deja pasar como a un sueño que no está hecho a su medida.

A través de estas dos entradas hemos visto varios ejemplos del tema de la monja en la poesía. Si bien unos poetas deciden que sucumba a la carne, otros la mantienen románticamente fiel a su divino dueño. Eso sí, en todos los casos, hermosas y apasionadas. ¿Habrá algún ejemplo de monja fea?. Si alguien lo sabe, me ecantaría que lo expusiera.






LA MONJA ATEA

Las monjas adoran a Dios que no existe
mientras el Papa aprieta el gatillo
y dice Dios no existe
es una imaginación de la Iglesia
que está muriendo poco a poco
los ateos lloran al pie de una estatua.
Y el mundo dice Dios no existe
es una imaginación del Papa
mientras los ateos
lloran y lloran por su belleza perdida
y Dios ya no existe
está llorando en el Infierno

Esta es la estatua entera de la nada.

Leopoldo María Panero, La Monja Atea, Contra España y Otros Poemas No de Amor, (1990), en Poesía Completa (1970-2000), Madrid, Visor, 2006.Cursiva

http://existeunmundoparalelo.wordpress.com

sábado, 26 de febrero de 2011

Monjas y Monjitas I

Hace unos meses la profesora de literatura medieval me mandó analizar el siguiente villancico:

¡Cómo lo tuerce i lava
la monjita el su cabello!
¡Cómo lo tuerce i lava;
luego lo tiende al hielo!


A grandes rasgos, nos encontramos con una protagonista femenina, la monjita, a la que se dirigen en diminutivo, denotando, por tanto, afectividad o complicidad afectiva hacia ella. Predomina en toda la composición el tono exclamativo, que refuerza y reitera esa afectividad.

Algo que llama especialmente la atención es la inversión de las acciones, ya que normalmente lo primero es lavar el cabello para, seguidamente, retorcerlo. Comenzamos a notar en este primer verso, entonces, la voluntad estética del villancico, pero no solo eso, sino que también nos están diciendo que la mujer, en este caso una monja, está preparando su cabello para la sensualidad, ya que ese cómo exclamativo puede ser sustituído por ¡de qué manera lo tuerce i lava!.
El cabello, que aparece reiterado a lo largo de todo la composición, siendo el elemento sobre el que recae la acción, es un tópico repetido en los villancicos y propio de la literatura medieval que denota sensualidad y erotismo. El hecho de que se contraponga el erotismo con los votos religiosos de la protagonista, en los que no hay cabida para la recreación sensual representada por la acción de lavar y preparar el cabello y que nos refuerza ese cómo exclamativo, aparece representado en el poema por esa inversión de acciones, que nos indican una naturaleza contrariada.


Inmaculadamente Concebido, campaña publicitaria de Antonio Federici, El Helado es Nuestra Religión.


Es interesante también tener en cuenta que al lavar su cabello, la monja debe descubrir su cabeza. Libera, entonces, su esencia como mujer, propicia a los instintos naturales que el hábito reprime.

En los versos finales encontramos la resolución del conflicto represión/sensualidad. Vemos que, una vez lavado, tiende el cabello al hielo. Una vez más nos encontramos con una acción ilógica, puesto que, cuando está mojado, lo más natural es que se seque al sol, no al hielo, que está relacionado con el agua. Así, nuestra monjita desperdicia deliberadamente su belleza. Esta idea, triste o romántica, quién sabe, está reforzada por el tópico petrarquista de la contraposición entre el fuego y el hielo, entre la pasión y la sensualidad y la frialdad del convento en este caso.

Triste y hermosa composición, ¿no?.





Fueron varias las temporadas que Juan Ramón Jiménez pasó convaleciente en el Sanatorio del Rosario, debido a un temperamento extremadamente sensible y vulnerable. Allí estuvo rodeado de tristes paisajes, silencios de poeta y, por supuesto, inteligentes y hermosas monjas. Veamos uno de los poemas que, en Arias Tristes (1903), le dedica a sor María del Pilar de Jesús, recordada frecuentemente en sus prosas:


Su carita blanca y triste
Llena de amor y de ensueño,
Se perdía entre la sombra
Que arrojaba el manto negro.
El manto negro envolvía
El misterio de su cuerpo
De nardo y nieve, enterrado
Como si ya hubiera muerto.
Y entre la sombra divina
Que arrojaba el manto negro,
Brillaban sus vagos ojos
Como dos negros luceros;
Temblaban sus negros ojos
Como dos tristes luceros,
Iluminando la nieve
De sus mejillas sin besos.
La toca blanca, y más blanca
La carita…; quiso el cielo
Dejar ver solo lo blanco
De su frente y de su pecho!
Pasó a mi lado; sus ojos
A mi corazón hirieron…
Y yo me quedé en el mundo
Y ella se fue hacia el convento.
Mi alma se inundó de lágrimas
De esas que ahogan recuerdos;
Deshojé todas mis flores
Ante su triste silencio;
Y al pensar que no serían
Nunca míos sus secretos,
En vez de seguir mirándola
Bajé los ojos al suelo.
Parece mentira! Al irse
No me dio siquiera un beso;
¡cómo matan a las rosas
La azucena y el incienso!
Mi corazón me lo ha dicho:
Ella me miró un momento;
Pero se fue… para siempre…
Y ya nunca nos veremos.
Juan Ramón Jiménez, Arias Tristes, 1903.










Siendo uno de los primeros libros del poeta de Moguer, el poema, compendido en la sección Recuerdos Sentimentales, deja traslucir un preciosismo monótono, concretado en el cuadro descriptivo que presenta. No se trata, no obstante, de un preciosismo exterior, sino que Juan Ramón Jiménez, a través de las sensaciones que ese exterior le despierta, a través de las visiones más profundas y a través del recuerdo, se persigue a sí mismo. Es, por tanto, su propio yo, reflejado y objetivado en el exterior, lo que el poeta persigue en la composición. Se personaliza de esta manera la nostalgia y el terror que el poeta siente al asomarse adentro de sí, y encontrarse con el abismo, existencial y ontológico, al que el hombre de su época se condena, en el momento en que renuncia a las seguridades que el racionalismo y la religiosidad burguesa le ofrecían.